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SU MADUREZ...

SU MADUREZ...

 

Tras varias noches de conversaciones y confidencias, de tonteo y excitación recíproca, me ha propuesto vernos. Así, sin pensarlo más.

Mientras me ducho puedo sentir su voz de estas noches pasadas, acunándome entre las sábanas, preguntándome y contándome, con una madurez que me daba serenidad y confianza.

Recuerdo su voz ganándome por completo con aquel “De buena gana, ahora mismo, te besaría el cuello” y todo lo que vino después y que cambió definitivamente nuestra forma de relacionarnos.

Porque hasta entonces, éramos dos desconocidos que, por casualidad, coincidieron y se conocieron. Pero aquella noche, cuando a mi propuesta de “Cuando llegues a casa, si te apetece, me dices y charlamos un ratito” no sólo aceptó, sino que me buscó, y a su “¿No estabas acostada desde las diez y media de la noche, qué haces a las dos y media aquí?” sólo pude responderle que esperarle, tuvimos claro que iríamos a más.

Y se quedó conmigo, un rato… toda la noche.

Preguntándonos qué llevábamos puestos, preguntándonos qué nos apetecería hacer en ese momento, escuchando de su voz cómo me describía cada uno de los movimientos que realizaría si me tuviera delante, cómo las palabras fluían suavemente, cómo se recreaba contándome qué le gusta, preguntándome a mí…

A mitad de la ducha, ya no puedo contener la excitación. Su voz resuena en mi mente. Sus frases y su tono mientras me habla sobre sus ganas y lo que imagina, y cómo me cuenta:

“…incorporarme hacia ti, recorriendo el camino a tus labios y tu boca, estando entre tus piernas… y entrar suave, hasta el fondo, aguantando, casi jugando… aumentando poco a poco los movimientos, mirándote fijamente, tocando tu cara sin dejar de moverme, ofreciéndole mi lengua a tu lengua, paseándola por tu cuello y por tu pecho…”

“…sujetarte de las caderas, atraerte hacia mí, más brusco, más fuerte… intentando aguantar lo que pudiera, y darte la vuelta, ponerte de lado, acercándome a tu oído, y susurrarte ¿qué te apetece?...

“…y notar cómo te excita tanto que te corres conmigo dentro de ti, mirándome a los ojos, sentir cómo te derrites en mis brazos, como te ausentas durante unos segundos en los que sé que eres sólo mía…”

“…y cuando noto que ya no puedo más, te miro a la cara, y te digo que me queda poco, que cómo quieres que me corra… y moverme con más ímpetu, como si necesitara estar aún más dentro de ti… para segundos después, salir de tu cuerpo y acercarme a tus pechos, y que agarres mi sexo y lo acaricies mientras me derramo sobre ellos…”

Y todo esto, mezclado con mis palabras, con las imágenes que cruzamos, increíblemente discretas para la conversación que estamos teniendo, aprendiendo de él que la insinuación y el erotismo son mucho más excitantes. Él, que en ningún momento, a pesar de todo lo que me ha dicho, ha perdido un ápice de elegancia y de saber estar. Y eso me intriga y me excita a partes iguales.

Y acabo la ducha totalmente mojada, por dentro y por fuera, pero no quiero masturbarme, porque quiero que, esta noche, si la excitación traspasa la realidad, las sensaciones sean mucho más intensas.

Me ha pedido que me vista de negro y pinte mis labios de rojo. Y lo hago. Me pongo tacones y ropa interior sensual pero elegante, porque no podría ser de otra forma con él. Sé que no le gustaría encontrarse una jovencita, que puede que lo sea para él, demasiado explícita. Sé que además él me arrastrará a un nivel de madurez en el que necesito sentirme cómoda para poder desenvolverme con naturalidad.

Y salgo de casa con el corazón en la garganta y las manos heladas.

Tiene 42 años, y me siento como una jovencita inexperta.

Me ha citado en la puerta de un restaurante que no conozco. De hecho no me dice ni el nombre, me ha dado la dirección y me pide que espere dos minutos al bajar del taxi, que en ese tiempo como máximo él estará a mi lado.

Mientras bajo del coche, no pudo evitar pensar que debe estar alrededor, observando. Respiro profundamente e intento relajarme. No puedo. De perdidos al rio, me dejaré llevar, porque está claro que las riendas de la situación las va a llevar él.

Y no pasan ni treinta segundos cuando noto una mano tomando la mía, por detrás de mí, y me giro sabiendo que es él, y me recibe con una sonrisa y tomando también mi otra mano con la suya, quedando frente a frente, con mis manos agarradas por las suyas y su sonrisa dándome las buenas noches.

No puedo abrir la boca. Me veo como una tonta sin decir nada mientras él me mira, y me susurra un “Estás guapísima... ¿entramos?” que me deja aún más sin aliento, y al que, por suerte, consigo responder con una afirmación y una sonrisa.

Me invita a pasar delante de él, y durante todo el trayecto me guía posando suavemente su mano sobre mi espalda. Entramos en un ascensor con más personas y por primera vez nos colocamos lado a lado, y al girar mi cara, le veo mirarme, y rompemos a reír. Y me toma la mano izquierda con su mano derecha, y me dice “Tranquila, lo pasaremos bien”… y por fin, empiezo a notar cómo mis piernas se relajan.

Son muchos pisos los que subimos en el ascensor. Le miro de reojo, igual que él a mí, y me resulta increíblemente atractivo y varonil, pero al mismo tiempo es risueño y jovial. Su rostro tiene ligeras arrugas que lo perfilan, aunque no aparenta su edad. Su pelo es más bien corto pero algo informal. Su ropa, bajo el abrigo, se intuye clásica y atemporal, a juzgar por la camisa y la corbata que asoman ligeramente.

Un hombre con corbata en una primera cita. Puede que sea el primero de mi vida.

Es unos diez centímetros más alto que yo y tiene un cuerpo proporcionado y cuidado. De nuevo, no aparenta su edad.

Al llegar a la planta 36 me sorprendo pensando lo alto que estamos. Me ha llevado al restaurante más alto de toda la ciudad, y para mi sorpresa, nuestra mesa reservada está en la parte más exterior del restaurante, con unas vistas increíbles alrededor.

Al sentarnos, se aproxima a mí y me quita el abrigo. Sonrío porque podría morir de placer en ese momento. Nunca he sido una persona remilgada ni dada a convencionalismos, pero ese acto tan sutil de cortejo, su forma de retirar el abrigo de mi cuerpo acariciando mi cuello, me vuelve loca. Porque sé lo que intenta, y porque sé que me va a torturar toda la noche.

Dos velas iluminan la mesa y puedo notar cómo iluminan el centro de sus ojos. Supongo que crean el mismo efecto en los míos por la forma en que él me mira fijamente.

“Muy guapa, sí señor… y muy joven…aparentas al menos cinco años menos de los que tienes”

“Y tu ocho menos de los tuyos… o casi”

Y las risas rompen el hielo y la cena provoca una conversación distendida y amigable, donde por un momento olvidamos nuestro conocimiento nocturno previo y nos limitamos a disfrutar de la velada.

Para el momento de los postres, veo que hace un gesto al camarero y nos sirven una botella de “Veuve Cliquot”  y le miro atónita. No es necesario, no necesito esa demostración de clase para saber que la tiene. Pero me pide que me relaje y disfrute. Y me halaga que un hombre me haga sentir especial e intente impresionarme cuando no lo necesita. Y es reconfortante, a veces, dejarse mimar de esa manera. Y le miro y veo que está disfrutando de su puesta escena, y me dejo querer, porque jamás me han hecho sentir así.

Al finalizar la cena, me pregunta si me apetece salir a la terraza y disfrutar de las vistas, y por supuesto acepto, no me lo perdería por nada del mundo.

Y mientras me acerco al borde de la terraza y apoyo mis manos en la barandilla, noto cómo sus brazos rodean mi cintura y su cara se acomoda sobre mi hombro izquierdo, y aparta ligeramente el pelo, y deja sus labios sobre mi cuello el tiempo suficiente como para que yo pueda sentir flaquear mis piernas sin ser capaz de evitar cerrar los ojos en respuesta a su acercamiento. Y pasados unos segundos me giro, y pongo mis manos sobres sus hombros, increíblemente fuertes y tonificados, y mi mirada se encuentra con la suya que está llena de ganas, y me lo dice sin hablar.

“¿Y ahora?” le pregunto…

“Pues ahora… ahora…” y muy despacio, asciende su mano derecha desde mi cintura por el costado, llegando hasta la base de mis costillas, y girando de forma totalmente intencionada para acariciar mi pecho, ascendiendo de la base hasta el pezón, recreándose en su dureza, para continuar por mi clavícula hasta mi barbilla, y de ahí, posar su dedo índice en mis labios y susurrarme “ahora tu y yo vamos a recrear cada una de nuestras conversaciones, y te voy a dar tanto placer y a disfrutar tanto de ti que es posible que no salgamos de la cama en toda la noche, y todo el día de mañana…y puede que incluso sea mejor de lo que piensas”

Y no sólo estoy segura sino que el modo en que juega conmigo, en que se acerca para alejarse ligeramente después, el modo en que me susurra “esta noche eres sólo mía” y el modo en que me acaricia, con una calma que no esperaba, sin prisas, sin juegos… me lo demuestra.

Y cuando bajamos a la planta 10 del edificio, saca una llave de hotel del bolsillo, me coge de la mano, y me arrastra por el pasillo hasta la habitación. Y cerrando la puerta a mi espalda, se dedica a desnudarme con tanta paciencia que me vuelve loca. Esa lentitud, esa forma de recrearse en mí, me está matando.

Y me quita el abrigo mientras no deja de besarme, y se arrodilla frente a mí para quitarme los zapatos, y asciende con sus manos por mis piernas, y para justo al llegar al borde de mis medias al muslo, y baja de nuevo, y besa mi rodilla, y yo mientras mantengo mis manos sobre sus hombros sin poder asimilar el numerito de cortejo que estoy viviendo.

Y cuando vuelve a mi altura, empieza a deshacer el nudo de su corbata, y lo hace de nuevo, pero sobre mis muñecas. Y me pide que coloque las manos tras mi nuca, mientras termina de desvestirme. Y me dejo hacer.

Me deja caer sobre la cama y estoy totalmente a su merced. Me dice que me relaje y disfrute, que ahora soy suya, que ya tendré tiempo de hacerle mío, que ahora él se va a dedicar sólo a mí…

Y vaya si lo hace, de una forma que no había sentido nunca antes. Con la sensualidad de quien come chocolate muy lentamente, dejando que se funda en la boca, para alargar un poco más el placer.

Y ver cómo se quita la camisa delante de mí me deja sin respiración. Por la perfección de su torso, por la dureza de sus músculos y la fuerza de sus brazos.

Y huele a “musk”, y me vuelve loca. Y me mira a los ojos con cada caricia y con cada aproximación, y frota su cuerpo contra el mío con la sensualidad de pluma, que acaricia pero no presiona.

Y le noto excitado y aun así contenido. Y gime a mi oído, y me susurra lo mucho que le gusto, lo caliente que está, lo mucho que desea entrar dentro de mí y sentir mi calor, mi humedad, y me lo dice antes de hacerlo, y así, imaginarlo justo antes de que lo haga me hace querer explotar de placer… y acaricia mi sexo muy despacio, dando rodeos, y se adentra con los dedos dentro de mí justo en ese instante en que empiezo a temblar, y cuando siento como desde dentro me acaricia, le digo que no pare, que siga así, que no deje de hacerlo mientras me corro en sus dedos, derritiéndome, literalmente, sobre él.

Y cuando empiezo a relajarme, se coloca entre mis piernas, deja caer su pecho contra el mío, agarra mis manos y las entrelaza con las suyas, despojándome de la corbata que las mantenía unidas, y las coloca justo sobre mi cabeza, y así, estirado totalmente sobre mí, entra en mí, y se balancea con la intensidad justa en la que su pubis frota justo con mi clítoris, en la que su sexo entra y sale de mi cuerpo rítmicamente, y en que sus labios alcanzan los míos a cada embestida, y sus ojos se clavan en los míos con toda la intensidad e intimidad del momento.

Me he despertado a su lado y estaba acurrucado sobre mi costado, con un brazo rodeando mi cintura, y mirándome desde abajo. Me ha sonreído y me ha dicho que acababa de pedir el desayuno, pero que si quería nadar un rato antes con él en la bañera mientras lo traían.

Y es que, sí, la madurez, a veces, es un grado.

 

Labiosgloss.-

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