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SENSUAL

VÍSTEME...

VÍSTEME...

Me deja sudorosa sobre la cama, respirando a duras penas, intentando que mis pulmones inhalen tanto oxígeno como sea posible para poder recuperar el aliento.

Tendida sobre las sábanas enmarañadas, humedecidas, calientes… notando mi pelo pegado a mi espalda por el sudor, con las extremidades tan cansadas que apenas consigo moverlas.

Desaparece de mi vista, y casi lo agradezco, porque en semejante estado tampoco podría prestarle atención. Intento reubicarme, volver al mundo real, intento revivir…

Y cuando casi me he quedado dormida, se acerca mí, me besa un hombro mientras pasa su mano por mi espalda y me susurra que me incorpore y le siga.

Me lleva al aseo, que ha llenado de velas, y veo que me ha preparado un baño de espuma.

Y me dice que, simplemente, quiere bañarme.

Me ayuda a introducirme en el agua templada, sujetando mis manos, afianzando mis pasos hasta entrar dentro de la bañera. Y cuando le digo que entre conmigo, me dice que no, que es sólo para mí, que se va a dedicar solo a mí.

Y me tumba hasta que el agua cubre mi cuerpo, quedando sólo mi cabeza sobre él, y se arrodilla al lado, introduce su mano derecha en el agua y acaricia mis muslos, ascendiendo desde la rodilla a la cadera, acercando su rostro a mío y besándome.

Cierro los ojos y me dejo llevar. Su olor flota junto a mí, sus manos recorren mi cuerpo de forma aleatoria… y al abrir los ojos, con la habitación bañada por la luz de las velas, su mirada es intensa y calmada.

Me lava el pelo con ternura, masajeando mi cabeza con las yemas de sus dedos, para después aclararme, dejando caer el agua sobre él, inclinando mi cabeza, para después incorporarme y poder dejar caer el agua por todo mi cuerpo, haciéndolo resbalar desde los hombros, por el pecho, hasta las caderas y el trasero, recreándose en cada curva, posando sus labios sobre ellas, sobre mi piel…

Y al salir, se concentra en secar todo mi cuerpo, lentamente, posando la toalla sobre mí, arropándome con ella, mirándome a los ojos sin importar la posición, acercando su cuerpo al mío, frotando su piel con la mía. Cepillando mi pelo, besando mi cuello, rodeando mi cuerpo con sus brazos.

De nuevo me lleva a la habitación, y me sienta en el borde de la cama. Saca una bolsa de su armario, y me dice que quiere vestirme. Y veo como de la bolsa sale un precioso conjunto de tanga y corsé  de encaje negro con bordados color champán, unos zapatos negros de tacón y un vestido negro de terciopelo.

Y me pone de pie, y se arrodilla ante mí, y empieza por los zapatos, encajándolos en mis pies al tiempo que besa mis empeines, acaricia mis tobillos y asciende con sus manos por mis piernas. Y así, totalmente desnuda frente a él, sólo con los tacones, me siento increíblemente poderosa y excitada.

Coge el tanga y coloca mis manos sobre sus hombros mientras levanta ligeramente mis pies, y lo sube muy despacio, dejándome sentir el roce de la lencería sobre la piel de mis muslos, acomodándolo a mis caderas y besando mi ombligo.

Se incorpora y me pide que me dé la vuelta, que me coloque de espaldas a él. Toma el corsé y me rodea con sus brazos para ajustarlo a mi pecho y unirlo a mi espalda, empezando a abrochar cada corchete, para terminar ajustándolo con los lazos de los costados. Y ahí, rodeada por sus brazos, me siento pequeñita y protegida, a pesar del poder sexual que noto con cada prenda que me pone…

Lo excitante de verle vestirme en lugar de desnudarme…

Me gira y me observa. Coloca los tirantes del corsé y lo ajusta a mis pechos. Lo centra y, cuando considera que está perfecto, pone sus manos sobre mi cintura y me acerca a él. Rodea mis caderas y posa sus manos sobre mi trasero, y puedo notar su excitación contenida, porque efectivamente, todo lo que hace es solo dedicado a mí.

Y por fin, toma el vestido… me pide que levante los brazos y lo desliza por mi cuerpo, encajando cada una de mis curvas en él, hasta abrochar la cremallera, dando por terminado su trabajo.

Como remate, ha buscado en mi bolso mi barra de labios y los ha maquillado en rojo, ha retirado el pelo de mi rostro y lo ha recogido en una coleta.

Y así, vestida por y para él, no puedo evitar sonreír… y ahora soy yo quien empieza a bajar la cremallera…

 

Labiosgloss.-

DESCONOCIDO...

DESCONOCIDO...

 

Espero a mi amiga sentada en la barra del local, tomando una copa, mirando distraída a mi alrededor.

Y topo con su mirada, en una de las mesas del centro.

Está serio y no deja de observarme. Por un momento pienso que me conoce, y su gesto se debe a que intenta recordar de qué. Pero no, yo sí me acordaría de él.

Cambio de dirección evitando sus ojos en mí, y miro disimuladamente el móvil esperando que mi amiga me diga que ya llega, que está cerca… pero no, le queda más de media hora y me toca esperar.

Y él sigue mirándome.

Sin ser del todo consciente, aliso la falda de mi vestido y ahueco mi pelo.

Él lo ve, y me sonríe.

Y poco a poco reparo en todos sus detalles: sus ojos verdes, su pelo castaño, sus hombros anchos y su mandíbula marcada. Viste un jersey entallado negro, de cuello vuelto, pantalones grises y zapatos negros de cordones. Resulta discreto y elegante.

Giro mi taburete un poco para evitar tenerle en el centro de mi campo visual. Casi llego a darle la espalda, pero prefiero eso al juego de miradas que mantenemos  y que no llegará a ninguna parte.

Sin embargo, dos minutos después, su mano se posa en mi hombro. Antes de girarme ya sé que es él. Y sin pedir permiso, se sienta a mi lado y me ofrece su mano.

De inmediato, siento que le deseo. Deseo tocarle, deseo sus labios y sus manos. Sentado frente a mí, veo que me habla, pero no le escucho. Estoy embelesada, perdida en la luminosidad de sus ojos, en el color afrutado de su boca, en los contornos rudos de su pecho y sus hombros.

Le ofrezco mi mano de vuelta y la besa. Noto cómo mi ropa interior se humedece y el calor asciende por mis mejillas.

Ha pedido una copa. No sé lo que es, pero no se parece a nada que haya tomado antes. Pienso que es para él, pero me ofrece al tiempo que se acerca a mi oído y me susurra: “Bebe, quiero besarte y saborearlo de tus labios”.

No puedo decir que no. Tomo la copa y bebo un sorbo. Levanto la mirada y sólo me dice una palabra: “Más”.

Tomo otro sorbo, éste un poco más largo y más abundante. Tanto que el líquido resbala por la comisura de mis labios, y cuando asciendo mi mano para limpiarlo, me agarra con la suya y me dice que no. Y se acerca a mí, tan despacio que parece a cámara lenta. Y cuando está tan próximo que apenas distingo sus rasgos, abre su boca y, primero con sus labios y después con su lengua, recoge el exceso que resbala por mi barbilla, ascendiendo hasta mis labios, y besándome con tanta lentitud que soy yo ahora quien se incorpora ligeramente sobre el taburete para acercarme a él.

Y apenas unos segundos después, se separa de mí, vuelve a su posición inicial, y sin perder un ápice de serenidad, me dice, mirándome a los ojos, que quiere ver qué llevo bajo el vestido.

Le miro perpleja pero totalmente cautivada. Y mientras que mi mente parece estar en pausa, es mi cuerpo quien reacciona obedeciendo sus deseos, y así mis manos agarran el bajo de mi vestido y lo suben despacio, muy despacio, mientras sus ojos se clavan en mis piernas y entreabre sus labios.

Dejo que vea mis medias de rejilla al muslo, y al llegar a la blonda que las sujeta, freno el ascenso.

Y de nuevo me dice: “Más”… y miro a mi alrededor para evaluar lo descarado que sería obedecerle y seguir subiendo la falda pero, de repente, me doy cuenta de que no me importa. Está frente a mí, en la esquina de la barra, y yo doy la espalda a casi todo el local. Puedo permitirme jugar.

Sigo subiendo despacio. Dos centímetros más y podrá ver el raso morado de mis braguitas. Aunque decido, sobre la marcha, que puede que sea más divertido enseñarle primero el tirante de mi sujetador a juego, y dejo resbalar el hombro de mi vestido, para que pueda ver el encaje morado ribeteando el raso del sostén. Que pueda imaginar que la parte de abajo será igual, que esté ansioso por descubrirlo.

Y cuando el vestido sube lo suficiente, frena mi ascenso, se acerca y me dice: “No necesito ver más, ahora tócate para mí”.

Me noto excitada como nunca, pero también asustada. La luz del local es tenue, pero… ¿tocarme para él, delante de todo el mundo? ¿Y si lo ve alguien?

“No pienses, hazlo…” me susurra.

Y mi mano derecha se cuela entre mi ropa interior, y acaricio mi sexo, totalmente mojado, primero de forma superficial, para ir ganando intensidad a medida que sus ojos, absortos, se encienden observando el espectáculo.

Me atrevo a sacar mi mano de entre mis piernas y acercar mis dedos a sus labios, y noto cómo se sorprende gratamente al tiempo que toma mi mano entre las suyas y lame mis dedos, saboreándome a mí en ellos.

“Ahora déjame a mí…”

Se acerca un poco más a mí y es su mano la que ahora pone rumbo a mi sexo. No deja de mirarme a los ojos y justo en el momento en que sus dedos entran en mí, acerca su boca a la mía y me besa. Me muerde, más bien. Me devora. Creo que descubrir lo mojada que estoy ha despertado del todo su deseo.

Me hace tocar el cielo dos veces, intentando disimular ante el resto de la gente, y ya noto que necesito más. Mi cuerpo me pide más, mi sexo me lo pide a él, dentro de mí.

Consigo frenarle un poco al tiempo que me incorporo y, sin decirle nada, me voy al baño. Sé que lo entenderá, sé que me seguirá.

Y en el estrecho pasillo que lleva al baño, casi a oscuras, noto su presencia detrás de mí y le espero. Y me gira, me aprisiona contra la pared, agarra mi cuello con su mano y me besa con más ganas de las que nadie ha mostrado jamás al besarme.

Me asusta que alguien aparezca en ese momento, y le señalo una puerta frente a nosotros. Parece un almacén, y me parece una opción más acertada que el baño, al que sin duda no llegaremos.

Entramos a trompicones, cerramos la puerta a nuestra espalda y echamos una escueta cadena que al menos evitará que nadie entre sin que nos demos cuenta.

Y allí, entre cajas y estanterías con botellas, me gira, se coloca a mi espalda, me hace agarrarme a la parte superior de una de las estanterías y sube mi vestido hasta mi cintura, recreándose con mi culo, mordiéndolo, azotándolo, al tiempo que me rodea con sus brazos y acaricia mis pechos.

Yo sólo espero sus embestidas, necesito sentirle dentro, necesito su calor en mi sexo, porque me estoy derritiendo y no aguanto más.

Noto su respiración en mi nuca y le noto entrar en mí. Se mueve no muy rápido, pero sí muy muy profundo. Me sujeta el pelo y uno de mis brazos a mi espalda. Me penetra sin agarrarme, y sólo hago contacto con su cuerpo cuando su pelvis choca con mis glúteos.

Tardo exactamente treinta segundos en perder el control mientras él, a mi espalda, gime aguantando, esperando su turno.

Y al girarme me arrodillo delante de él y abro el escote de mi vestido porque quiero sentir su semen derramarse entre mis pechos. Y su cara mientras se corre es tan hermosa como viciosa.

Al volver al local, mi amiga ya está sentada en una mesa esperándome.

Al final, la media hora de espera ha sido más placentera de lo que esperaba.

Y me llevo su número de teléfono de recuerdo…

 

Labiosgloss.-

SU MADUREZ...

SU MADUREZ...

 

Tras varias noches de conversaciones y confidencias, de tonteo y excitación recíproca, me ha propuesto vernos. Así, sin pensarlo más.

Mientras me ducho puedo sentir su voz de estas noches pasadas, acunándome entre las sábanas, preguntándome y contándome, con una madurez que me daba serenidad y confianza.

Recuerdo su voz ganándome por completo con aquel “De buena gana, ahora mismo, te besaría el cuello” y todo lo que vino después y que cambió definitivamente nuestra forma de relacionarnos.

Porque hasta entonces, éramos dos desconocidos que, por casualidad, coincidieron y se conocieron. Pero aquella noche, cuando a mi propuesta de “Cuando llegues a casa, si te apetece, me dices y charlamos un ratito” no sólo aceptó, sino que me buscó, y a su “¿No estabas acostada desde las diez y media de la noche, qué haces a las dos y media aquí?” sólo pude responderle que esperarle, tuvimos claro que iríamos a más.

Y se quedó conmigo, un rato… toda la noche.

Preguntándonos qué llevábamos puestos, preguntándonos qué nos apetecería hacer en ese momento, escuchando de su voz cómo me describía cada uno de los movimientos que realizaría si me tuviera delante, cómo las palabras fluían suavemente, cómo se recreaba contándome qué le gusta, preguntándome a mí…

A mitad de la ducha, ya no puedo contener la excitación. Su voz resuena en mi mente. Sus frases y su tono mientras me habla sobre sus ganas y lo que imagina, y cómo me cuenta:

“…incorporarme hacia ti, recorriendo el camino a tus labios y tu boca, estando entre tus piernas… y entrar suave, hasta el fondo, aguantando, casi jugando… aumentando poco a poco los movimientos, mirándote fijamente, tocando tu cara sin dejar de moverme, ofreciéndole mi lengua a tu lengua, paseándola por tu cuello y por tu pecho…”

“…sujetarte de las caderas, atraerte hacia mí, más brusco, más fuerte… intentando aguantar lo que pudiera, y darte la vuelta, ponerte de lado, acercándome a tu oído, y susurrarte ¿qué te apetece?...

“…y notar cómo te excita tanto que te corres conmigo dentro de ti, mirándome a los ojos, sentir cómo te derrites en mis brazos, como te ausentas durante unos segundos en los que sé que eres sólo mía…”

“…y cuando noto que ya no puedo más, te miro a la cara, y te digo que me queda poco, que cómo quieres que me corra… y moverme con más ímpetu, como si necesitara estar aún más dentro de ti… para segundos después, salir de tu cuerpo y acercarme a tus pechos, y que agarres mi sexo y lo acaricies mientras me derramo sobre ellos…”

Y todo esto, mezclado con mis palabras, con las imágenes que cruzamos, increíblemente discretas para la conversación que estamos teniendo, aprendiendo de él que la insinuación y el erotismo son mucho más excitantes. Él, que en ningún momento, a pesar de todo lo que me ha dicho, ha perdido un ápice de elegancia y de saber estar. Y eso me intriga y me excita a partes iguales.

Y acabo la ducha totalmente mojada, por dentro y por fuera, pero no quiero masturbarme, porque quiero que, esta noche, si la excitación traspasa la realidad, las sensaciones sean mucho más intensas.

Me ha pedido que me vista de negro y pinte mis labios de rojo. Y lo hago. Me pongo tacones y ropa interior sensual pero elegante, porque no podría ser de otra forma con él. Sé que no le gustaría encontrarse una jovencita, que puede que lo sea para él, demasiado explícita. Sé que además él me arrastrará a un nivel de madurez en el que necesito sentirme cómoda para poder desenvolverme con naturalidad.

Y salgo de casa con el corazón en la garganta y las manos heladas.

Tiene 42 años, y me siento como una jovencita inexperta.

Me ha citado en la puerta de un restaurante que no conozco. De hecho no me dice ni el nombre, me ha dado la dirección y me pide que espere dos minutos al bajar del taxi, que en ese tiempo como máximo él estará a mi lado.

Mientras bajo del coche, no pudo evitar pensar que debe estar alrededor, observando. Respiro profundamente e intento relajarme. No puedo. De perdidos al rio, me dejaré llevar, porque está claro que las riendas de la situación las va a llevar él.

Y no pasan ni treinta segundos cuando noto una mano tomando la mía, por detrás de mí, y me giro sabiendo que es él, y me recibe con una sonrisa y tomando también mi otra mano con la suya, quedando frente a frente, con mis manos agarradas por las suyas y su sonrisa dándome las buenas noches.

No puedo abrir la boca. Me veo como una tonta sin decir nada mientras él me mira, y me susurra un “Estás guapísima... ¿entramos?” que me deja aún más sin aliento, y al que, por suerte, consigo responder con una afirmación y una sonrisa.

Me invita a pasar delante de él, y durante todo el trayecto me guía posando suavemente su mano sobre mi espalda. Entramos en un ascensor con más personas y por primera vez nos colocamos lado a lado, y al girar mi cara, le veo mirarme, y rompemos a reír. Y me toma la mano izquierda con su mano derecha, y me dice “Tranquila, lo pasaremos bien”… y por fin, empiezo a notar cómo mis piernas se relajan.

Son muchos pisos los que subimos en el ascensor. Le miro de reojo, igual que él a mí, y me resulta increíblemente atractivo y varonil, pero al mismo tiempo es risueño y jovial. Su rostro tiene ligeras arrugas que lo perfilan, aunque no aparenta su edad. Su pelo es más bien corto pero algo informal. Su ropa, bajo el abrigo, se intuye clásica y atemporal, a juzgar por la camisa y la corbata que asoman ligeramente.

Un hombre con corbata en una primera cita. Puede que sea el primero de mi vida.

Es unos diez centímetros más alto que yo y tiene un cuerpo proporcionado y cuidado. De nuevo, no aparenta su edad.

Al llegar a la planta 36 me sorprendo pensando lo alto que estamos. Me ha llevado al restaurante más alto de toda la ciudad, y para mi sorpresa, nuestra mesa reservada está en la parte más exterior del restaurante, con unas vistas increíbles alrededor.

Al sentarnos, se aproxima a mí y me quita el abrigo. Sonrío porque podría morir de placer en ese momento. Nunca he sido una persona remilgada ni dada a convencionalismos, pero ese acto tan sutil de cortejo, su forma de retirar el abrigo de mi cuerpo acariciando mi cuello, me vuelve loca. Porque sé lo que intenta, y porque sé que me va a torturar toda la noche.

Dos velas iluminan la mesa y puedo notar cómo iluminan el centro de sus ojos. Supongo que crean el mismo efecto en los míos por la forma en que él me mira fijamente.

“Muy guapa, sí señor… y muy joven…aparentas al menos cinco años menos de los que tienes”

“Y tu ocho menos de los tuyos… o casi”

Y las risas rompen el hielo y la cena provoca una conversación distendida y amigable, donde por un momento olvidamos nuestro conocimiento nocturno previo y nos limitamos a disfrutar de la velada.

Para el momento de los postres, veo que hace un gesto al camarero y nos sirven una botella de “Veuve Cliquot”  y le miro atónita. No es necesario, no necesito esa demostración de clase para saber que la tiene. Pero me pide que me relaje y disfrute. Y me halaga que un hombre me haga sentir especial e intente impresionarme cuando no lo necesita. Y es reconfortante, a veces, dejarse mimar de esa manera. Y le miro y veo que está disfrutando de su puesta escena, y me dejo querer, porque jamás me han hecho sentir así.

Al finalizar la cena, me pregunta si me apetece salir a la terraza y disfrutar de las vistas, y por supuesto acepto, no me lo perdería por nada del mundo.

Y mientras me acerco al borde de la terraza y apoyo mis manos en la barandilla, noto cómo sus brazos rodean mi cintura y su cara se acomoda sobre mi hombro izquierdo, y aparta ligeramente el pelo, y deja sus labios sobre mi cuello el tiempo suficiente como para que yo pueda sentir flaquear mis piernas sin ser capaz de evitar cerrar los ojos en respuesta a su acercamiento. Y pasados unos segundos me giro, y pongo mis manos sobres sus hombros, increíblemente fuertes y tonificados, y mi mirada se encuentra con la suya que está llena de ganas, y me lo dice sin hablar.

“¿Y ahora?” le pregunto…

“Pues ahora… ahora…” y muy despacio, asciende su mano derecha desde mi cintura por el costado, llegando hasta la base de mis costillas, y girando de forma totalmente intencionada para acariciar mi pecho, ascendiendo de la base hasta el pezón, recreándose en su dureza, para continuar por mi clavícula hasta mi barbilla, y de ahí, posar su dedo índice en mis labios y susurrarme “ahora tu y yo vamos a recrear cada una de nuestras conversaciones, y te voy a dar tanto placer y a disfrutar tanto de ti que es posible que no salgamos de la cama en toda la noche, y todo el día de mañana…y puede que incluso sea mejor de lo que piensas”

Y no sólo estoy segura sino que el modo en que juega conmigo, en que se acerca para alejarse ligeramente después, el modo en que me susurra “esta noche eres sólo mía” y el modo en que me acaricia, con una calma que no esperaba, sin prisas, sin juegos… me lo demuestra.

Y cuando bajamos a la planta 10 del edificio, saca una llave de hotel del bolsillo, me coge de la mano, y me arrastra por el pasillo hasta la habitación. Y cerrando la puerta a mi espalda, se dedica a desnudarme con tanta paciencia que me vuelve loca. Esa lentitud, esa forma de recrearse en mí, me está matando.

Y me quita el abrigo mientras no deja de besarme, y se arrodilla frente a mí para quitarme los zapatos, y asciende con sus manos por mis piernas, y para justo al llegar al borde de mis medias al muslo, y baja de nuevo, y besa mi rodilla, y yo mientras mantengo mis manos sobre sus hombros sin poder asimilar el numerito de cortejo que estoy viviendo.

Y cuando vuelve a mi altura, empieza a deshacer el nudo de su corbata, y lo hace de nuevo, pero sobre mis muñecas. Y me pide que coloque las manos tras mi nuca, mientras termina de desvestirme. Y me dejo hacer.

Me deja caer sobre la cama y estoy totalmente a su merced. Me dice que me relaje y disfrute, que ahora soy suya, que ya tendré tiempo de hacerle mío, que ahora él se va a dedicar sólo a mí…

Y vaya si lo hace, de una forma que no había sentido nunca antes. Con la sensualidad de quien come chocolate muy lentamente, dejando que se funda en la boca, para alargar un poco más el placer.

Y ver cómo se quita la camisa delante de mí me deja sin respiración. Por la perfección de su torso, por la dureza de sus músculos y la fuerza de sus brazos.

Y huele a “musk”, y me vuelve loca. Y me mira a los ojos con cada caricia y con cada aproximación, y frota su cuerpo contra el mío con la sensualidad de pluma, que acaricia pero no presiona.

Y le noto excitado y aun así contenido. Y gime a mi oído, y me susurra lo mucho que le gusto, lo caliente que está, lo mucho que desea entrar dentro de mí y sentir mi calor, mi humedad, y me lo dice antes de hacerlo, y así, imaginarlo justo antes de que lo haga me hace querer explotar de placer… y acaricia mi sexo muy despacio, dando rodeos, y se adentra con los dedos dentro de mí justo en ese instante en que empiezo a temblar, y cuando siento como desde dentro me acaricia, le digo que no pare, que siga así, que no deje de hacerlo mientras me corro en sus dedos, derritiéndome, literalmente, sobre él.

Y cuando empiezo a relajarme, se coloca entre mis piernas, deja caer su pecho contra el mío, agarra mis manos y las entrelaza con las suyas, despojándome de la corbata que las mantenía unidas, y las coloca justo sobre mi cabeza, y así, estirado totalmente sobre mí, entra en mí, y se balancea con la intensidad justa en la que su pubis frota justo con mi clítoris, en la que su sexo entra y sale de mi cuerpo rítmicamente, y en que sus labios alcanzan los míos a cada embestida, y sus ojos se clavan en los míos con toda la intensidad e intimidad del momento.

Me he despertado a su lado y estaba acurrucado sobre mi costado, con un brazo rodeando mi cintura, y mirándome desde abajo. Me ha sonreído y me ha dicho que acababa de pedir el desayuno, pero que si quería nadar un rato antes con él en la bañera mientras lo traían.

Y es que, sí, la madurez, a veces, es un grado.

 

Labiosgloss.-