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LABIOSGLOSS

MÍO...

MÍO...

 

Abro la puerta de casa y, sin esperarlo, le encuentro justo enfrente, esperándome.

No me dice nada, sólo levanta su mano hasta sus labios y, con su dedo índice, me hace un gesto para que guarde silencio.

La casa está más oscura de lo habitual, y poco a poco percibo detalles diferentes en ella… la tenue iluminación que se refleja en el espejo de mi cuarto, que sólo puede ser luz de velas… el perfume que él ha vaporizado ligeramente por la habitación, haciendo que toda ella huela a él… la cama totalmente abierta, despejada, esperándonos…

Y, sin embargo, cuando me toma de la mano y me lleva a mi cuarto, no me tumba sobre ella, ni siquiera me ha besado aún… Se coloca frente a mí y se dedica a desnudarme, muy despacio, acariciando cada pedazo de piel que deja al aire, recreándose con su vista sobre mi cuerpo… y dejando caer cada prenda que me quita al suelo.

Al principio me parece que es su forma de demostrarme su control de la situación, pero hay algo diferente en él esta vez…

Me deja de pie en ropa interior, y se desnuda delante de mí. Por completo, exponiéndose totalmente a mí.

Y continúa quitándome lentamente la poca tela que me cubre, mientras sigue acariciando, apenas con las yemas de sus dedos, mi piel.

Sin embargo, me deja así muy poco tiempo porque, contra todo pronóstico, ha buscado entre mis cajones y elegido la ropa con la que, ahora, quiere vestirme.

Ropa interior roja y medias de rejilla negras que me pone mientras permanezco sentada en el borde de la cama, con él arrodillado entre mis piernas, terminando de colocarme los tacones más altos que ha encontrado en mi habitación.

Desaparece un segundo y vuelve con una barra de labios roja, y de nuevo se arrodilla entre mis piernas y, mirándome a los ojos, pinta mis labios, despacio, con cuidado procurando que quede perfecto.

Cuando acaba, se queda ahí, entre mis muslos, para después agacharse un poco más y besar el empeine de mis zapatos, mientras me extiende una pequeña fusta, dándome el control total de la situación.

Se ha quedado acurrucado a mis pies y mira al suelo. Tardo unos segundos, casi minutos en reaccionar. Él no se mueve. No dice nada. Parece tan indefenso… como excitado.

Está esperando. Yo también estoy esperando. Pensando qué hacer, cómo seguir. Y empiezo a sentirme tan excitada como asustada.

Mi libido me dice que ate sus manos a su espalda con mis esposas, que le deje de rodillas, le tape los ojos y le haga humillarse ante mí… Que le coloque a cuatro patas y le azote hasta que su trasero tenga marcas rojas que le ardan… Que le agarre del pelo y le obligue a subir la cabeza para poder pasar mi lengua por el contorno de sus labios, sin dejarle besarme, sólo haciendo lo que yo le diga, y como yo le diga… Que pase el tacón de mis zapatos por sus muslos, arañando ligeramente su piel, subirlo hasta su boca y exigirle que bese mis pies. Que me siente sobre su espalda para que soporte mi peso sobre él, y azotar con mis manos su trasero y susurrarle al oído que yo soy quien manda.

Le prohíbo que me mire, le prohíbo que me toque, le prohíbo que se toque.

Juego con su cuerpo a mi antojo, agarro su sexo y lo lamo, pellizco sus pezones, araño su espalda y muerdo sus hombros…

Es mío y  le pido que lo digas varias veces. Es mío, es mío, es mío…

Por otro lado, la inmensa ternura que me transmite su fragilidad en ese instante, me desarma.

Mi poder sobre él es reflejo de su poder sobre mí.

Y sé que el juego sólo podrá durar unos minutos antes de pedirle que vuelva a ser él, antes de cederle el testigo…

Porque, aunque sé que su “sufrimiento” es placentero, y veo que disfruta de ese momento, también necesito un poco de su poder sobre mí para equilibrarnos… para equilibrarme.

 

Labiosgloss.-

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